Lejos de realizar conjeturas sobre el consumismo navideño o la compra masiva de regalos para un día como el de hoy, cada noche de los Reyes Magos me retorna a la infancia, al nerviosismo por descubrir los regalos de esos seres mágicos que en una noche llenan de juguetes el país o a la ilusión por despertar y descubrir un año si y otro también los paquetes que sus majestades habían dejado para provocarme una sonrisa y una alegría difícil de describir.
Esa ilusión y nerviosismo no han desaparecido con los años por ver las caras y las reacciones de los más pequeños de la familia cuando se despiertan y se encuentran con los objetos que sus mágicas majestades han dejado para ellos. Sus caras no reflejan la misma ilusión que cuando llega el regalo de cumpleaños o cuando se compra un juguete a lo largo del año. Sus caras reflejan la magia del día, la sorpresa por lo insólito del momento, la fe en la bondad y la ilusión que seguro marcará sus primeros años de vida, del mismo modo que se marcó en tantas y tantas generaciones anteriores por pobres que fueran los regalos, lo importante siempre fue la magia del día.
Ojala que todos los niños del mundo pudieran disfrutar de todas estas sensaciones, bien sean los Reyes Magos, Papa Noel o cualquier otro ser mágico que les alegre los corazones y les permita por dura que sea la vida para algunos, al menos disfrutar de un día diferente, un día pleno de ilusión.
Y los no tan niños quizá deberíamos plantearnos que una vida sin fe, sin ilusión, sin magia, sin Reyes Magos no es una vida plena. No dejemos de creer en los Reyes Magos de Oriente.
Esa ilusión y nerviosismo no han desaparecido con los años por ver las caras y las reacciones de los más pequeños de la familia cuando se despiertan y se encuentran con los objetos que sus mágicas majestades han dejado para ellos. Sus caras no reflejan la misma ilusión que cuando llega el regalo de cumpleaños o cuando se compra un juguete a lo largo del año. Sus caras reflejan la magia del día, la sorpresa por lo insólito del momento, la fe en la bondad y la ilusión que seguro marcará sus primeros años de vida, del mismo modo que se marcó en tantas y tantas generaciones anteriores por pobres que fueran los regalos, lo importante siempre fue la magia del día.
Ojala que todos los niños del mundo pudieran disfrutar de todas estas sensaciones, bien sean los Reyes Magos, Papa Noel o cualquier otro ser mágico que les alegre los corazones y les permita por dura que sea la vida para algunos, al menos disfrutar de un día diferente, un día pleno de ilusión.
Y los no tan niños quizá deberíamos plantearnos que una vida sin fe, sin ilusión, sin magia, sin Reyes Magos no es una vida plena. No dejemos de creer en los Reyes Magos de Oriente.